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DECLARARON LOS SOBREVIVIENTES DEL PABELLÓN 16

“A veces me despierto con el lamento de los pibes”

Entre la noche del 15 y la madrugada del 16 de octubre de 2005, 36 personas fueron encerradas por agentes del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) en el pabellón 16 de la Unidad Penitenciaria 28 de Magdalena una vez que se inició el incendio. 33 de ellos murieron por asfixias y quemaduras, muchos de esos 33, agolpados en la entrada del pabellón esperando que se abra la puerta cerrada con candado.

De los tres sobrevivientes, uno se murió en estos 12 años de impunidad, los otros dos, A. y J., declararon hoy ante el TOC N 5 de La Plata. “No pensaba volver a vivir todo esto de vuelta. Estoy acá porque hay muchas muertes y trato de explicar lo que pasó”, dice J. durante su testimonio. El impacto traumático del hecho y el paso del tiempo marcan el relato; la justicia cuando es lenta no hace más que revictimizar a las víctimas.

A. y J., como cada uno de los presos que estaban detenidos en aquel momento en los módulos del sector del incendio y prestaron declaraciones en estas primeras seis audiencias del juicio, dan testimonio con dolor, con miedos y nervios, y desencantos. Todos coinciden “pasó mucho tiempo”, a veces articular el relato de la masacre resulta difícil; sin embargo, 12 años después, la memoria persiste. Y reconstruye: primero la represión, luego el fuego, después el abandono. La secuencia se repite en cada testimonio.

El pabellón 16 alojaba a los detenido de buena conducta. J. recuerda que se había iniciado una discusión por la disposición de las mesas que se estaban preparando para recibir a las familiares. Ese 16 de octubre era día de visita y era el día de la madre. La respuesta del Servicio Penitenciario Bonaerense fue rápida y desproporcionada: “El cuerpo de requisa entra con perro y escopeta”, declara A. “Entró la policía (penitenciarios) a reprimir por la puerta de adelante, empezaron a tirar, tirar y tirar”, agrega J., repitiendo tres veces la palabra tirar. “Nosotros empezamos a ir para atrás, tiraron mucho”. J. se tapa con un colchón para que no le peguen las balas de goma.

En ese momento, alguien dice de “prender un fuego para que dejen de tirar”. En la audiencia, J. se levanta, va hasta la maqueta y señala aproximadamente a la altura de la tercera ventana: “El fuego se inicio en el fondo”, y vuelve a sentarse. “El servicio estaba reprimiendo como hace siempre. Cuando prenden fuego, ellos salieron”, asegura. Y A. confirma: “[los penitenciarios] se vuelven para atrás y es todo lo que recuerdo. Adentro, sólo quedamos los pibes”.

Un infierno. Oscuro.

Un infierno, fuego, humo y oscuro, enumera J.: “Lo único que pensaba era salir porque me esperaba mi hijo y mi señora afuera”. J. se tiró al piso, se tapó e intentó contener el aire para no morirse: “Primero escuchaba la desesperación de los pibes y luego escucho otros gritos ‘acerquense a la ventana’. Con el último aire, me arrimé, me tiran un balde de agua, los pibes del pabellón 17 rompen las ventanas, entran y me sacan con una manta mojada. Me sacan desvanecido”, relata J.

En esta instancia del relato, todos los testimonios escuchados hasta la audiencia de hoy coinciden: los agentes del SPB se “encierran en el control” y los detenidos de los pabellones aledaños van al socorro antes los gritos de auxilio. “Si las puertas estaban abiertas, ningún pibe hubiese muerto. El servicio no estaba. Entraron pibes de otros pabellones por las puertas”, resume A.

A. salió arrastrándose por el piso, por la puerta del fondo del pabellón 16 que, como las ventanas y paredes laterales, habían abierto a golpes los demás internos de la Unidad Penitenciaria. Después lo llevan a sanidad, allí tampoco estaba el servicio, lo atienden los compañeros que trabajaban en la guardia. “Cuando entré en mis cabales, salí y fui a sacar pibes —recuerda A.— Ya sacábamos cadáveres quemados”.

Si A. y J. lograron escapar del fuego el 16 de octubre fue por los compañeros de los pabellones 15, 17 y 18 que fueron a socorrerlos.

12 años después, A. se despierta algunas noches oyendo el lamento de los chicos que murieron, tiene como secuela un cáncer de estomago: “Me sacaron gomapluma de adentro”. Cuando quedó en libertad, J. hizo terapia para poder continuar: “Una vez había conseguido trabajo y tuve que renunciar porque la fábrica se parecía mucho a un pabellón, no podía quedarme”.

12 años después, A. y J. están acá, y cuentan lo que le pasó, porque la memoria de los 33 compañeros reclama justicia.