CATÁLOGO DEL MAM

Año 2005

Una muestra colectiva con una única obsesión: recuperar la identidad de los desaparecidos y devolverles corporeidad en la memoria colectiva. La exploración de territorios poco transitados y la apelación a los testigos silenciosos. La lucha contra el dolor y, la más dura, contra el olvido y la impunidad. La continuidad de la violencia y la tortura en el sistema carcelario hoy.

Las propuestas curatoriales del Museo han puesto en imágenes los temas comprometidos con la agenda del presente que la Comisión por la Memoria fue promoviendo, a fin de abrir un espacio de reflexión sobre el autoritarismo y la democracia. Desde el inicio, la idea fue establecer un juego de memorias y experiencias locales que problematizaran los relatos centrales u oficiales, acompañando las políticas de memoria, búsqueda de verdad y justicia, y promoviendo la defensa de los derechos humanos de ayer y hoy en la construcción de un futuro con memoria.

La necesidad de mostrar algunas biografías de víctimas de la dictadura animó la muestra ¿Quiénes eran?, que buscó volver a poner en el centro de la escena como tema, como interrogante, la identidad del desaparecido. El objetivo fue desentrañar las vidas de los desaparecidos, instalarlos en la memoria colectiva con la corporeidad antes negada: ponerles un nombre, una existencia, vivencias y sensibilidades. Algunos de los artistas participantes fueron sobrevivientes de centros clandestinos de detención, y exploraron en sus obras la resistencia al dolor físico y los elementos utilizados para torturar en diferentes momentos de la historia. Con esas obras, entraron la presencia del torturador, la resistencia de las víctimas, los vuelos de la muerte.

Fue un momento para el arte y la memoria en el que era necesario mostrar lo aberrante de los hechos siendo fieles a la realidad de los acontecimientos; los artistas lo hicieron de diferentes maneras: a veces simbolizando el horror, otras con un realismo casi insoportable para el espectador.

En la muestra conviven las listas de los desaparecidos transformadas en tiras de un tejido que construye historias visuales, tiras con las que Claudia Contreras construyó rosarios, sudarios y ábacos que recubren la palabra “resiliencia”, adoptada por la artista como disparador de su puesta.

La fotografía, la instalación audiovisual, el acrílico y la escultura son soportes de las expresiones de los otros artistas que participan de la muestra. Eduardo Gil toma fotos extraídas de las pancartas de las marchas de reclamos de los familiares, y recorta sólo las miradas que construyen un panel de ojos que transmiten una presencia-ausencia de las víctimas. Este mosaico fotográfico, como él mismo lo llama, rescata la estrategia utilizada por los organismos de derechos humanos para reclamar la aparición de sus familiares, y lo hace a través de 30 fotos, un número que se vuelve simbólico, metonimia de los 30.000 desaparecidos.

Dentro de la misma muestra, Magdalena Jitrik y Luján Funes, en Ovnis en La Nación, parten de un trabajo de investigación hemerográfico que toma como eje el modo en que los medios de comunicación plasmaban las noticias sobre el accionar de los grupos de tareas vinculados al centro clandestino de detención conocido como Olimpo, durante el segundo semestre de 1978. La obra pone en cuestión las noticias aparecidas en el diario La Nación en las que se hacía referencia a asesinatos y desapariciones, pero no como categoría de denuncia sino como casos policiales, así como el uso del recurso del tema de los ovnis como distractivo para invisibilizar los temas más trágicos que estaban aconteciendo por entonces en el país.

Mi amigo José, de Diana Aisenberg, se incorpora a un proyecto más amplio de la artista, Historias del arte, diccionario de certezas e intuiciones, e inaugura en él -a raíz de la propuesta del MAM- la sección de nombres propios del diccionario. Creada a partir de ideas, pistas, experiencias, rumores, citas enviadas por familiares, amigos y conocidos de José, la artista transita por los recuerdos de un amigo desaparecido para descubrir las reverberaciones que esas memorias producen hoy en nosotros.

La instalación de Andrea Fasani se compone de piezas que la artista denomina “bloqueadores”, objetos de uso personal diseñados y moldeados por ella, que se ofrecen como una herramienta para resistir el dolor, la crudeza de la realidad, la intolerancia. Se trata de una apuesta a la libertad de elección, a elegir cuándo, dónde y cómo bloquearse para tolerar; pero también cuándo desbloquearse para continuar.

La casa del confort, de Pablo Páez, es un dibujo en tinta que representa dos realidades en un mismo plano: en el primero, un hombre acurrucado sobre la vereda dispuesto a dormir a la intemperie; en el segundo, la vidriera de una casa de decoración. Los retratos que acompañan en ella los muebles de diseño moderno, donde se descubren los rostros de Videla, Galtieri, Pinochet, Martínez de Hoz, Menem, Cavallo y hasta Bush, muestran la intencionalidad de la obra: dictadores y presidentes democráticos testigos y responsables de la indigencia y la exclusión social.

La instalación de Ricardo Pons presenta imágenes que fueron proyectadas por primera vez sobre el ala de un avión, objeto protagonista de los vuelos de la muerte, que se ha vuelto emblemático del terrorismo de Estado en la Argentina. Se trata de imágenes íconos, como la justicia ciega, el río como tumba, las razzias militares, pero a las que se accede sólo bajo el ritmo marcado por una baliza roja, en un claro símbolo de la mediatización del discurso del poder en el acceso a nuestra memoria.

Ricardo Cohen -más conocido como Rocambole- se hizo presente en la muestra a través de un acrílico sobre tela que lleva el nombre de una canción del legendario grupo de rock Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: Cómo no sentirme así. Un perro violeta en primer plano, que muestra los dientes y persigue a dos criaturas horrorizadas, y una serie de rostros difusos en segundo plano aluden a una democracia débil que aún acusa los resabios de violencia e impunidad de la última dictadura, la complacencia ante una realidad que prometía pero no cumplió.

Graciela Taquini participó de la muestra con un video-instalación que sondea los laberintos de la memoria con sus desviaciones y rodeos, para poner de relieve que lo relevante no es la exactitud del recuerdo sino el sentido que éste le confiere al presente. Resonancia viene a sugerir que las memorias individuales no son sólo la expresión de realidades interiores sino más bien construcciones sociales proclives a convertirse en prácticas compartidas.

La muestra se completaba con la propuesta del Grupo Escombros, compuesta por un manifiesto sobre los desaparecidos de hoy, una instalación –Mate argentino– y un texto del historiador Emir Reitano, que denotan una vez más la oposición al status quo y la intención de instaurar un nuevo orden social. La bombilla tapada de un mate se vuelve metáfora de un país rico en recursos, productor de alimentos, cuyo pueblo se muere de hambre.

Florencia Battiti, curadora de la muestra, subraya que la intención de la exposición era ofrecer a quien la visitara “la posibilidad de poner en crisis su memoria ‘habitual’, esa memoria rutinaria y carente de reflexión que contrasta y se distingue de las memorias narrativas que, por estar inmersas en afectos y emociones, son intersubjetivas y mantienen vigencia en el presente”. Así, propone la noción de “memoria (des)habituada” para referirse a obras como éstas que buscan des-habituar la mirada del espectador para dar cabida a una experiencia inmediata.

En la siguiente muestra de 2005, Huellas de desapariciones, la lente de Helen Zout reunía todos los temas en torno al terrorismo de Estado en Argentina -los centros clandestinos de detención, los sobrevivientes, los familiares de las víctimas, la cuestión de los restos, los antropólogos forenses, la impunidad y los escraches, en una reconstrucción de la vida en desaparición- dialogó con la muestra Pequeños piqueteros de Xavier Kristcausky, que retrata la infancia, la desocupación y la marginalidad en una marcha piquetera del año 2001 en La Plata.

La necesidad de revisar el tratamiento artístico de esos temas en perspectiva histórica propició la producción de Arte social argentino, una muestra que puso en diálogo dos momentos diferentes del arte social en nuestro país. En principio, a partir de figuras de la escena artística de la década del 20´, los llamados “artistas del pueblo”: José Arato, Adolfo Bellocq, Guillermo Facio Hebequer, Agustín Riganelli y Abraham Vigo, que ocuparon un lugar destacado en el arte argentino del siglo pasado, en tanto asumieron un rol protagónico en los procesos artísticos de la época, rico en innovaciones, propuestas y debates.

Los artistas del pueblo vivían en la Boca y Barracas y desde allí apostaron al arte como vía para la transformación social y le dieron imagen a los reclamos políticos del pueblo. A pesar de que no todos asumieron esa militancia con la misma intensidad y compromiso, en líneas generales muchas de sus obras revelan un programa estético que procura asociar el arte con la política. La muestra puso en escena a otro colectivo artístico, Espartaco, que promediando la mitad del siglo pasado renovó la pintura social. Su núcleo fundacional estuvo formado en 1959 por Ricardo Carpani, Mario Mollari y Juan Manuel Sánchez, junto con Juan Elena Diz, Sperilio Butte, Carlos Sessano, Pascual Di Bianco, el boliviano Raúl Lara Torres y Franco Venturi (desaparecido en la última dictadura). Mientras los artistas del pueblo hacían en grabado octavillas que se distribuían entre los obreros y las incipientes organizaciones gremiales, el grupo Espartaco buscó la realización de un arte monumental dirigido a las masas pero, al mismo tiempo, con una estética que se nutría de muchos de los aportes de las vanguardias artísticas.

El año 2005 se completó con una exposición que abordó el tema de la vulneración masiva de derechos en lugares de detención de la provincia de Buenos Aires. Un tema de mucha importancia para la CPM, que en 2002 impulsó la creación del Comité contra la Tortura, un espacio que recibe denuncias de violaciones a los derechos humanos e irregularidades (casos de abuso policial y violencia institucional) en las cárceles, comisaría e institutos de menores de la provincia de Buenos Aires y realiza inspecciones en estos centros de detención.

El accionar del Comité contra la Tortura se inscribe en los principios de autonomía funcional y financiera establecidos en el Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura de Naciones Unidas para el control de lugares de encierro, y pretende incidir en las políticas públicas vinculadas al sistema penal, penitenciarias, de seguridad y de niñez y adolescencia, promoviendo su adecuación a los estándares constitucionales e internacionales. Anualmente, publica un informe que da cuenta y evalúa el estado de situación de estas políticas en la provincia de Buenos Aires.

Desde esta perspectiva de trabajo, se realizó una muestra fotográfica referida a la situación de las cárceles en nuestro país. Bajo el registro de cuatro miradas diferentes, los fotógrafos Gian Paolo Minelli, Adriana Lestido, Isabel De Gracia y Santiago Hafford documentaron la realidad de las cárceles: el hacinamiento, sus interminables muros, sus impenetrables secretos, la superpoblación y los rostros de jóvenes y mujeres que con sus hijos aún en brazos sufren la privación de libertad.