
«Hic meus locus pugnare est et hinc non me removebunt»
[Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán]
Por su adscripción al Partido Revolucionario de los Trabajadores, por sus vínculos con Cuba, por su trabajo en la revista Crisis y en diversos congresos literarios en los que denunció la violencia dirigida a mantener privilegios, Haroldo Conti estaba en la mira de las Fuerzas Armadas que tomaron el poder el 24 de marzo de 1976.
Compañeros de militancia y escritores le reclamaron más de una vez que parta el exilio, sin embargo él decidió quedarse.
En la madrugada del 5 de mayo de 1976, una patota militar lo secuestró de su casa; estaba en ese momento con su esposa Marta Scavac y Ernesto, su hijo de tres meses. Fue visto por última vez en el centro clandestino de detención El Vesubio y no se supo más nada de su paradero.
Haroldo Conti continúa desaparecido.
En su máquina de escribir quedó la última versión del cuento A la diestra, el cuento fue publicado de manera póstuma por la Casa de las Américas en 1978.
A LA DIESTRA
Mi hermana Pocha. Para que en el mundo termine en Morse. En todo caso, en la laguna de Junín ha vuelto el pueblo siempre que vuelve. Y yo la pensaré mientras viva. Si volviendo de Chacabuco me traen las mismas noticias, los mismos saludos. Dos kilos de casita de campo, de la panadería del médico, mejor dicho de versal.
Antes fue del médico y antes o después del médico de sanar, cuando la vida era una torta negra de cinco centavos, algo tan dulce semejante, un trozo de queso de chancho. Y cuando es el tiempo, algunos chorizos de potranca cada tanto me traen algún muertito. Y así, a través de mi hermana, que va y viene sobre el viejo ferrocarril Pacífico, el pueblo se va muriendo de a poco.
Hoy ha vuelto la tía Teresa y ahí está el pueblo, fiel a mi memoria. Y la avenida Alsina con San Martín cabalgando en el aire, al fondo, en dirección a Junín. Y doblo por la inmutable calle Moreno. Y aquí estoy, al final de otro de esos prolijos viajes de la memoria. Frente a la puerta Cancel que se cierra sobre mi sombra.
En el momento que mi memoria ubica al tío Agustín en aquel melancólico paisaje de trastos y enseres. Mis ojos calzan con la verdadera figura del tío sentado en una silla baja junto a la cocina económica. No me ha visto entrar, no ha visto ni ver nada de este mundo concreto. Vive de memoria, de Vagabundea por otros tiempos. Finito.
Quizás en este momento estoy tratando rumbo a Warnes, cerca del puente del Salado, en la 12 a Bragado, como cuando era realmente el mejor corredor de fondo de estos lados. Yo lo maté en un cuento. La tía murió a lo pajarito y antes de enviarse los mensajes ya estaba en el cielo, sentada en su sillita de paja a la diestra de Dios Padre.
Por estos mismos campos pasé mi infancia detrás del viejo el pelado Conti, que cazaba perdices y liebres con una escopeta Beretta plegable del 12 con las mata y la culata de nogal. Pagábamos por el bar de mundo antes que vienen al ala. Muy posiblemente la tristeza y este oficio de cazar hombres e historias con esta máquina de letras que gatilla como aquella liviana escopeta del 12.
Debe haber una gran fiesta el día que la tía entró la comparsa del Eterno. Y es posible que todavía dure, porque como se ve, a este padre le sobra el tiempo. Ese resplandor proviene seguramente de la brasa del asado que ordenó el Señor del cielo. El Señor Don Dios ordenó, pues, un asado de cuerpo presente. Fue un asado fenomenal, como se comprende, porque en estas haciendas reina siempre la abundancia.
De manera que la peonada de ángeles armó un asado sobre una parrilla hecha con rejas de portado, como hacían en otros tiempos los conservadores para las elecciones. Un asado en el que estaban todos los muertitos, parientes, amigos que subieron de Chacabuco. Llegaron algunos payadores de la tierra que aunque no estaban muertos, tenían el alma de fantasía. Llegó ese tal Juan Gelman que recitó medio desafinado, mientras el Tata Cedrón golpeaba la guitarra con esos versos de tristezas que dicen sentado al borde de la silla de fundada.
Don Dios echó un ojo a la suya y se afirmó las alpargatas. Mareado. Enfermo, casi vivo, es decir, casi muerto. Escribo versos previamente llorados por la ciudad donde nací. Se refiere a Buenos Aires, pero en este caso se aplica cualquier imitación de provincia. Hay que atraparlas también aquí, en cualquier parte. Esto es en Chacabuco. El propio Warnes que está ahí abajo.
Nacieron hijos dulces míos, que entre tango castigo te endulzan bellamente. Pucha, sino hay aquí también una larga historia de castigos. Hay que aprender a resistir. Ni a irse, ni a quedarse o estar yéndose, que es la forma de consistir en estos pueblos o resistir. Aunque seguro que habrá más penas y olvidos. Con estas penas y olvidos se fue haciendo el pueblo.
El Tata remachó la última frase con un temblor del cordaje. Y el gordo de Negri, que era medio letrado, asistió con un golpe de cabeza, el cual se zampa un vaso de vino al asco. Y antes de que se apaguen los aplausos, arremete con el árbol. En este momento, las luces de mercurio de la avenida Alsina se encienden de golpe hacia abajo y brumosas manchas de colores se derraman por la calzada y divagan de una punta a la otra del pueblo sobre el campo.
Detrás del cementerio todavía queda la claridad del día. A un costado del camino de tierra a Bragado, el Álamo, Carolina se enciende con un fogonazo amarillo. Don Dios mira de reojo una grieta en la nube y ve debajo del árbol a esos dos tipos que miran hacia el cielo con cara de boludos. Pucha, si supiera de esos dos la farra que se están perdiendo, piensa el buen Dios.
Y lo palmea don Jesús, que serio y abstraído anda planeando otras resurrecciones. El Juan dice medio con bronca de la violenta madrugada. Un hombre entra a su casa. El olor de sus hijos le golpea la cara, los olvidos, la furia. Ahora cierra la puerta con doble llave y se saca a la gente la ropa con cuidado y apaga los gritos de la camisa o los ojos del camarada que brillan en la cárcel.
Y oye, como se mueve la ternura en la pieza bajo sus ramas. Dormirá todavía una noche bajo sus ramas. Será cuando caiga. Y cuando termina las ovaciones sí o sí. Desde abajo, desde la tierra pelada que ya invade la noche por debajo del álamo. Carolina. Un aplauso remoto y solitario que se eleva en los cielos hasta la sillita de la tía Teresa.


