Haroldo Conti nació el 25 de mayo de 1925 en Chacabuco, provincia de Buenos Aires. En vida fue de todo un poco o de todo bastante: seminarista, aviador comercial, guionista de films publicitarios y largometrajes, vendedor callejero de libros, militante, vagabundo, náufrago, nadador de aguas abiertas, camionero, bancario, profesor en escuelas secundarias. De cada oficio terrestre, aéreo o acuático, algo le quedó en las ganas, en la mirada, en las manos, y dejó huellas profundas en su escritura.

Sobre todo, Haroldo Conti fue escritor y periodista. En esa práctica condensó los mejores rasgos de una serie de influencias operantes en los años ‘50, ‘60 y ‘70. Pero si lo recordamos es porque trascendió las marcas, los mandatos y los equívocos de esa época en la que participó tan apasionadamente.

Amores, política, periodismo y literatura se entrelazan de manera inescindible en Conti. Los andariegos, los sin hogar, los que tienen sed de ternura y nostalgia de infinito, los que no se resignan a las derrotas que la sociedad les destina son personajes privilegiados por su ficción.

Su escritura es vida; su vida, una escritura, un borrador. Y todo, un río de historias que pasa. Nadie como él puso en palabras la pampa gringa, la de los inmigrantes pobres. Nadie como él supo hacer vivir en su escritura al río, a las islas, a las marejadas, a los vientos y a los hombres del río.

Un grupo de tareas de la última dictadura cívico militar lo secuestró de su casa, en la calle Fitz Roy de Villa Crespo, el 5 de mayo de 1976, a días de cumplir 51 años. Es uno de los 30,000 detenidos, desaparecidos y asesinados. En su máquina de escribir quedó la última versión del cuento A la diestra, donde recuerda personajes de Chacabuco en una noche que es una visita a su infancia y a su propia obra.

Sobre su escritorio, además, dejó una frase escrita en latín: «Hic meus locus pugnare est et hinc non me removebunt» [Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán].