El acto realizado por la promoción 78 de la Armada en la ex ESMA y su divulgación en las redes por quienes estuvieron allí presentes reclama una serie de reflexiones urgentes.
¿Cómo es posible que a más de 40 años de democracia sectores militares sigan negando los delitos de lesa humanidad ocurridos durante a última dictadura militar, implementado como un plan sistemático bajo el mando supremo de las fuerzas armadas?
¿Cómo es posible además que, lejos de conmoverse frente al horror de los crímenes cometidos allí, puedan agraviar el dolor de las víctimas, de sus familiares y de toda la sociedad sensible al dolor extremo de los demás?
¿Qué presente y futuro nos atraviesa y espera si no logramos conmovernos ante el horror de lo ocurrido en la ex ESMA y cientos de espacios de tortura y exterminio del país?
¿No hay autocrítica de lo hecho ni culpa, no se siente vergüenza ni sensibilidad alguna frente a las violaciones o agresiones sexuales, las torturas atroces, el secuestro, la apropiación de niñas y niños que se ejecutaron allí?
¿Es acaso expresión extrema de la indolencia que pretenden que prevalezca hoy y se ufanan en celebrar o minimizar frente al hambre, la desocupación creciente y la desigualdad?
Es cierto que en la ex ESMA funcionó una escuela, los cadetes convivían con el horror como si nada pasara, e incluso los mejores promedios tenían la oportunidad de completar su formación como verdugos en las tareas del centro clandestino.
Llama la atención el espíritu festivo de los ex alumnos. Más allá de la alegría o emoción de encontrarse con ex camaradas y evocar lo vivido, sería esperable el recogimiento y respeto frente a lo ocurrido allí.
En la Ex ESMA no hay nada que celebrar salvo la esperanza que allí sigue expectante de que la conservación del espacio de memoria sirva para educación, para la paz, la convivencia, la democracia y la justicia.
Elegir como lugar de celebración de la Armada un centro clandestino de detención es una acción negacionista, entendiendo esta como una operación ideológica que mediante la puesta en duda de la verdad construida pretenden legitimar lo ocurrido. Es un acto lleno de cinismo y de crueldad.
Lo que ocurrió el 17 de mayo en la ex ESMA es síntoma del presente en donde estos crímenes de lesa humanidad son negados por el gobierno nacional, como también lo son los cientos de sitios de memoria que siguen siendo dependencias policiales y en donde día a día se violan de manera sistemática los derechos humanos.
Esto también expresa todo lo que no pudo lograrse todavía.
La obligación del Estado de dar garantías de no repetición debe hacer que los gobiernos democráticos trabajen permanentemente en la revisión de las instituciones estatales que posibilitaron el genocidio, especialmente las fuerzas armadas y de seguridad. Si la Armada tuviera claro que debe ser respetuosa de los derechos humanos, hubiera salido -al menos- a desautorizar a quienes participaron de este acto.
El pasado sigue vivo y su relato es disputado por los perpetradores, por eso siguen vigentes más que nunca la necesidad de fortalecer las políticas de verdad, justicia y memoria, y la defensa inclaudicable de los derechos humanos.